Cuando uno se plantea cooperar, así en general, suele venir dado por una necesidad personal. O por lo menos, ese fue mi caso. Estaba desencantada y descreída de todo un poco. Por un lado el ritmo del mundo del diseño, mi profesión, era directamente proporcional a su infravaloración y dejé de creer en ella cómo algo útil y divertido al mismo tiempo. Los años de formación, ponencias, cursos y noches en vela dedicadas a algo en lo que creía, volaron. Y de ahí surgió la necesidad de intentar hacer algo útil.
Una vez tomada la decisión de dejarlo todo por… por algo que no sabía muy bien lo que era, me topé con Abel. Él había rondado el sudeste asiático haciendo voluntariado y necesitaba una referencia para buscar un sitio donde poder cocinar lo que estaba amasando.
Azar, coincidencias, energías, cervezas… Por un poco de todo eso, con él nació Tanaka Project. Me habló de Colabora Birmania, de los birmanos y vimos la posibilidad de hacer algo juntos allí. Y compré.
En un mes organizamos el proyecto, hicimos el dossier, la campaña y recopilamos las primeras cámaras. Y la intensidad fue «in creccento».
Me monté en el avión como si cogiera la Sepulvedana Madrid-Segovia. En el fondo, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Había sido todo muy premeditado pero muy rápido al mismo tiempo. Y aterrizamos en Bangkok. Coches, humo, comida por todas partes… descoloque total. Así que la llegada a Mae Sot fue un poco la llegada a la tranquilidad. La semanita de toma de contacto estuvo muy bien.
El primer día de clase lo recuerdo con nervios. De hecho casi todas las clases las recuerdo con nervios. Me pasaba hasta que ponía un pie en el «cole» y me decían el primer «Mingalaba teacher». Entonces el miedo se iba. No fue fácil conocerles. Los birmanos son muy cerrados y la distancia del estatus te separa de entrada. Creo que fue a partir del recetario cuando todo empezó a rodar. Habíamos pasado las inundaciones, los dengues y después de unos días perdidillos resurgimos como un gran equipo. Construimos un mundo paralelo, un lenguaje propio en el que el diafragma se llamaba «agujero» y el hacerse la foto con el signo victoria cerca de la cara significaba que tenías dos novios.
Todo nuestro afán era que durante el tiempo que estuviesen en clase se sintiesen un poquito más libres. Que podían, que Debían, dar su opinión y formar un criterio. Hacerles ver que mirar diferente hace que encuentres cosas diferentes y que la creatividad significa posibilidades.
Y eso ha sido lo mejor, conocerles. Su cultura y a cada uno de ellos. Saber interpretar sus caras, saber lo que le gusta y lo que no, las sonrisas de complicidad, tener una broma en común… Sentir que el día que te vas una parte de ti se ha intercambiado con ellos y que verdaderamente nunca nos olvidaremos. He aprendido taaanto, que tardaré aún muchos meses en darme cuenta.
¡Y había que estar a la altura de la vida social de Mae Sot!. Sin duda las ciudades no nacen, se hacen y la calidad de la gente que hay allí, ha hecho que Mae Sot, una pequeña población fronteriza sin aparente encanto, sea un punto de encuentro de mucha gente interesante.
Dar miles de Gracias a todos los personajes, Sara, Marc, Marc II, García, Javito, Meri, Carmen, La, Chiara, Vincenzo, Anaïk, Kevina, Mai Thai, Jan, Karen, Rebeca, Yas, Clara, Luchia, Narcis, Albert, Zaida, Cristina, Fon, Simon, Gabriel, Rubén, Lucía… Al Lucky’s por sus garbanzos, su naan y sus sonrisas. A Casa Mía por hacernos felices con la comida y el trato. Al café olé, Mestizo por muchas risas con Leos… Gracias por amenizar los malos momentos y hacer más grandes los buenos.
Cuando nos íbamos, tenía una especie de mezcla entre tristeza y alivio. Han sido unos meses muy duros. Adaptación, idioma, convivencias, frustraciones… Ayudar no es fácil y es algo que tendré siempre en cuenta. Tenía entrada doble para un auténtico parque temático de emociones con su montaña rusa, su noria y su casa del terror.
Y pasados dos meses, ya en casa, al recordar todo y haciendo retrospectiva, me pregunto ¿Creo más ahora en mi profesión? Pues no. Pero sin duda, tengo más claro que en nuestra mano está cambiar algo si no nos gusta.