Empezamos la clase viendo sus deberes de profundidad de campo. No realizaron los ejercicios exactamente como les pedimos pero nos sorprendimos gratamente al ver que la exposición y la composición había mejorado muchísimo.
Los estudiantes ya empiezan a pilotar las cámaras réflex. Después de semanas haciendo hincapié en el obturador, el diafragma y el fotómetro, ya pueden disparar fotos poniendo los valores correctamente, a excepción de algunos chicos. Al darnos cuenta de quienes son los que flojean más, decidimos que lo más adecuado era que los estudiantes más avanzados enseñaran a sus compañeros las dudas que tuvieran. Al ver que lo entendían rápidamente sacamos la conclusión que es más un problema idiomático o de haber llegado más tarde al curso que de entendimiento de la fotografía. Tomamos nota.
La segunda parte de la clase la dedicamos a sortear las ocho cámaras réflex que nos llegaron de España. Preferimos hacerlo así porque algunas son diferentes y no queremos crear envidias entre ellos. Son unos chicos que conviven todo el día en el mismo dormitorio, aula y comedor. Se ayudan mucho entre ellos y comparten todo. Nos encanta esa actitud y sabemos que potenciando ese aspecto podemos conseguir mejores resultados. Aprendemos tremendamente de ellos en ese aspecto, creemos que es la lección que ellos nos están enseñando.
Una vez que les mostramos las diferentes características de sus nuevas cámaras, tocaba el salir al exterior a estrenarlas. Les pedimos que hicieran fotos saltando los charcos y que su reflejo se viera en el agua. La intención era que utilizaran velocidades rápidas y que a la vez tuvieran en cuenta el encuadre. Como no quedaba excesivo tiempo de clase y les vimos que les gustaba, se lo pusimos para deberes. Este viernes no hay clase porque es el día de la madre, así que a ver que nos traen el lunes.